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El Barrio de San Juan

A extramuros de la ciudad de aquellos tiempos convulsos de la Murcia musulmana, en una zona dependiente del Alcazar Nassir a la que se accedía a través del Portillo de la fortaleza o de la Puerta del Toro, se abrían a la huerta unas tahullas de tierras apenas habitadas entonces por algunos pobladores dedicados a la agricultura. Un pequeño caserío denominado Az-Zacata, encorsetado entre la muralla de la ciudad y el meandro del río Segura.

Unos años antes de la dominación cristiana, en 1248, las tierras fueron entregadas a los Caballeros de la Orden de San Juan. Este fue el germen de una nueva ciudad denominada entonces como "Murcia La Nueva". Aquel flamante campamento cristiano organizado con calles rectilíneas y cruzadas en torno a una capilla central, sirvió a Jaime I El Conquistador de asentamiento tras la conquista de la ciudad.
Aunque aquella zona desprotegida de muros y castigada por los constantes desbordamientos del río, se ció beneficiada por una importante reforma urbanística: la rectificación de los meandros de La Condomina que se iniciaron en el siglo XVI y finalizaron en el XVIII, y que acabaron por asentar definitivamente el Barrio de San Juan. Hasta entonces, tan solo casas de mediano porte combinadas con algunos huertos habían poblado aquella zona de Murcia.

Fue a partir del siglo XVIII , cuando una vez eliminados los obstáculos naturales de los meandros del río, y los artificiales como la paulatina desaparición de la muralla de origen árabe, dejaron paso al crecimiento del barrio que fue adquiriendo cierto auge entre la sociedad murciana. Tal fue, que se construyó un teatro que tomó el nombre de la Puerta del Toro. Entre 1750 y 1777 se reconstruyó la Iglesia de San Juan Bautista. También fue demolida la vieja Iglesia de Nuestra Señora de Gracia y Buen Suceso, en donde se erige la actual Iglesia-Museo de San Juan de Dios.

A pocos metros del desaparecido Palacio de Villacis, a finales del siglo XVIII, Don José Moñino, Conde de Floridablanca, mandó construir su residencia, transformada en nuestros días en lujoso hotel. Durante el siglo XIX y los inicios del XX, el Barrio de San Juan vivió su etapa de máximo esplendor. En las calles de San Juan, encontraron su lugar de asentamiento numerosas familias nobles de la ciudad de Murcia. Tras la guerra civil, el barrio tuvo una época de clara recesión. La degradación se extendió por sus calles y habitantes.

Lo que tal vez, nunca se ha llegado a apagar ha sido el arraigo de sus residentes con su propio barrio, contagiado a toda la ciudad. El pintor Luis Garay, el cual tuvo su estudio en la calle de la Gloria, fue un claro ejemplo. Garay, que durante un tiempo residió en Paris, no pudo superar su nostalgia por su tierra y por su barrio de San Juan, al cual le dedicó este romance:

Aunque padezcas tracoma
y albergues mendicidad
de novela picaresca,
no te dejo de admirar.
Tienes modelos y musas
Que los podría pintar
José Gutiérrez Solana,
y los podrían glosar
Don Francisco de Quevedo,
Luis Garay y Paco Alemán.
Tus industriosos traperos
hijosdalgos de “El Pajar”,
príncipes de “El Castillejo”,
y ducado de “El Rabal”,
son materia novelable;
Cervantes y Baltasar
del Alcazar, hallarían
temática original
en la estupenda cochambre
de mi Barrio de San Juan.

Esta devoción que los sanjuaneros profesan por sus costumbres alcanza su máximo exponente cada primer viernes del mes de marzo. Casi todo el barrio, los más creyentes y los menos, se dan cita en un besapié multitudinario al Cristo del Rescate, una talla del siglo XVII que fue escondida en la iglesia de San Juan Bautista, convertida en cárcel durante la maldita contienda civil. 
Afortunadamente, en la actualidad, el Barrio de San Juan ha superado aquella decadencia. Sus estrechas calles y sus coquetas plazas, están repletas de tabernas, tradicionales y modernas, expendedoras de la rica y variada gastronomía murciana, en donde cada día se vive, se siente y se respira a Murcia.

Etiquetas: historia rincones de Murcia

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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