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Murcia

Murcia, la ciudad hermosa,
con su vega siempre verde,
parece un verjel formado
por encantados verjeles.
¡Qué bella es la patria mía!
¡Qué encantadora y alegre
se levanta majestuosa,
orlada su pura frente
con la guirnalda de azahar,
que sus huertos la entretejen!
Do quiera los ojos miran,
plácidamente se pierden
en un bosque de moreras,
de palmas y de cipreses;
su extensa y frondosa vega,
mar de esmeralda parece,
donde entre espumas de flores
las tibias áuras se duermen.

¡Cuantas veces, desde el monte,
que quiebra el correr aleve
del viento seco del África,
lleno de arenas ardientes,
miré de la inmensa vega
el paisaje sorprendente!
Allá a lo lejos el mar,
que con el cielo se pierde;
el Orcel, en un cuya falda
bella Orihuela se extiende;
Monteagudo y su castillo
en la cúspide valiente
de un monte que en sus ruinas
lágrimas árabes tiene;
Los Cabezos, coronados
por los eneldos silvestres;
Espinardo con sus huertos;
Guadalupe en las vertientes
de las lomas de Molina,
que entre collados se pierde;
y, entre los sotos del río, 
bajos los sáuces endebles,
la Raya, la Puebla, Eralta,
con mil rústicos albergues;
los valles, los olivares
de Sangonera la Verde;
el Palmar, en cuya torre
las aves del campo duermen;
Aljezares montañoso
y las Alquerías fértiles.

Y, dominante la vega,
como gigante que ofrece
a Dios de tan ricas flores
el inmenso ramillete,
aquella bendita torre
que entre las nubes se pierde.

Riega el Segura la tierra
cruzándola en curso leve,
al arrullo de las aves
que sus limpias aguas beben;
el sol, con sus tibios rayos,
fecunda todos los gérmenes;
y la bendición de Dios
sobre la siembra se extiende,
y nace lozano el trigo
entre el hielo de Diciembre,
y el lino ostenta sus flores
azules y transparentes,
y el maíz tiende sus hojas
cuando su tallo florece,
y el naranjo se engalana
con el oro y con la nieve;
y, entonces, cuanto en la tierra
calor y vida contiene,
grato perfume levanta
al Señor Omnipotente.
 
Murcia mía, santa cuna
de mis años inocentes,
quiera Dios que en ti mi vida
corte su curso doliente,
y me dé tu tierra tumba
que abriguen eternamente
las hojas de tus rosales,
y el llanto de tus cipreses.

Etiquetas: literatura

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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